lunes, 31 de marzo de 2014

JOSE PEREZ ARMENDARIZ,
Obispo, Maestro y prócer.
INSPIRADOR DE LA REVOLUCIÓN CUSQUEÑA DE 1814.
      Escribe: Julio Antonio Gutiérrez Samanez
Trabajo publicado por la Municipalidad Provincial del Cusco, 2006

NACIMIENTO DEL PROCER
Aquel lejano día, 27 de marzo de 1729, una “buena nueva” llenó de alegría al hogar del capitán José Pérez Silvestre y de doña Josefa Armendáriz y Loayza: el nacimiento de su primogénito; un niño rollizo y sano que llegó con las primeras luces del amanecer de Paucartambo. El médico, venido desde el Cusco para el caso, y las dos comadronas lugareñas confirmaron la buena salud del párvulo. Al cabo de un rato la casa recibió la visita de los familiares, entre ellos los abuelos, tíos y primos del recién nacido. Un alegre bullicio se oyó en toda la casa-quinta de los Pérez Armendáriz. El niño, luego de ser bañado y perfumado, fue entregado a su madre, “doña Chepa”, quién, sin poder disimular su felicidad le daba de lactar con el mayor cuidado y delicadeza, mientras oía los parabienes de los visitantes.
Entonces los esposos Pérez-Armendáriz eran ricos hacendados del Real Asiento de Paucartambo, perteneciente a la jurisdicción de la Real Audiencia del Cusco.
En la amplia cocina, los pongos y las sirvientas atizaban el fogón de leña avivando las llamas con los sopladores de caña seca de p’ataquisqa. Los leños secos de chacacomo y aliso ardían con violencia, mientras en un batán, el pongo molía las semillas tostadas de cacao para preparar el chocolate de la hora del desayuno. En el pueblo, aún no se había llamado a la primera misa, cuando el reverendo párroco de la villa, Licenciado Don Antonio Dávalos y Carreño, vino a visitar a don Joseph para felicitarle por la buena nueva e indicarle que estaba presto para hacer ingresar a aquella inocente almita entre los rebaños del Señor. Al calor de sendos copones del mejor aguardiente y galletas de miel se fijó la fecha de bautizo del recién llegado, que fue para el día siguiente.
De ilustre prosapia y heredero de una fortuna apenas calculable, el pequeño José Pérez Armendáriz descendía, como ya lo sabemos, por el lado paterno de su abuelo el Alférez Francisco Pérez quien era un rico hacendado de los valles asentados en los ríos Tono y Kosñipata, dueño de las haciendas Hayllo, Sunchubamba, Pongobamba. Su padre, don Tomás, era propietario de las haciendas Mollomarca, Hapo, Quipu, Parpacalla, Huamanpata (1), que eran tan extensas, que lindaban con los territorios vírgenes de la selva poblada por tribus de nativos huachipaires. Poseían plantaciones de caña con instalaciones de trapiches,  pailas y alambiques para destilar el alcohol de cabeza o aguardiente y obtener la chancaca de melaza de caña. En las haciendas de zona montañosa se cultivaba la coca, con la que los españoles “pagaban” a los mitayos indígenas para mitigar el hambre y realizar  trabajos forzados en las minas, obrajes y chorrillos.
La casa solariega estaba llena de indios “pongos”, -porque oficiaban de porteros o semaneros y prestaban trabajo gratuito-, que afanados habían sacrificado un cerdo, cuyo cuerpo aderezaban para cocinarlo en el horno de adobes que, previamente, habían caldeado, desde las cuatro de la mañana. El “lechón” sería el plato principal en el banquete que don José ofrecería a los parientes y notables del pueblo, por el nacimiento de su primogénito.

La madre, doña Josefa, a su vez, era dueña de otras haciendas como Mollepata, Quebrada de Caycay y la estancia de Huayni en Q’atqa, en el Partido Real de Quispicanchis; además, el niño heredaría otras haciendas en la región del Altiplano, concretamente en Lampa, Orurillo y Ayaviri.
 Un niño así, con tanta suerte y fortuna, estaba destinado por la providencia a ser un hombre ilustre. Como ciertamente lo fue José Pérez Amendáriz.
La Villa de Paucartambo se encuentra en el fondo cálido de un profundo valle, entre verdes montañas y ríos que bañan sus fértiles márgenes: el Mapocho y el Quenqomayo.
 Paucartambo fue un antiguo tambo o posada de los incas del Antisuyo; un puesto de control de los productos selváticos como la coca, el oro, las pieles de animales selvícolas, plumas de aves exóticas y productos agrícolas como la castaña, el maní, la yuca y el camote. Pero en la época colonial, la producción fundamental fue la coca y la caña de azúcar, que eran cultivadas con esmero pues de allí provenía la fortuna de los hacendados.
El pueblo estaba ornado por una bella iglesia de adobe que no lucía bien, pues no estaba en una plaza principal, sino, al final de una calle ancha; tiene un hermoso puente de calicanto que exhibe su magnificencia extraordinaria, asombrando al visitante por su clásica belleza insertada en el paisaje y su río torrentoso que nace de los deshielos del nevado Ausangate. Cuenta la tradición que se construyó por orden del mismísimo Rey Carlos III, usándose miles de huevos de aves nativas, para templar la cal y la arena de la argamasa que une sólidamente los bloques de piedra labrada. El Rey dotó de esa merced al pueblo para sustituir el viejo puente de mimbre y paja, por donde, pasaban decenas de recuas de mulas, llevando la preciada carga de hojas de coca hacia las minas de azogue de Huancavelica y plata de Potosí, enriqueciendo las arcas regias. El puente adorna este pueblo apacible conformado de residencias coloniales, bellas casas solariegas con patios, portales, corredores y escalinatas de piedra labrada.
Los mestizos y criollos de Paucartambo eran realistas se preciaban de ser leales vasallos del Rey de España; sabido es que más tarde, en 1780, combatieron con bravura a las tropas del rebelde Túpac Amaru, causándoles muchas derrotas.
 Por las callejas tortuosas pasaban, temprano, rumbo a las selvas, grandes tropas de llamas cargadas de chalona o “charki”, sal en piedra, moraya  y chuño o papa deshidratada. El desfile era interminable, y dejaba zumbando en los oídos el sonido típico de los pasos de las esbeltas llamas y el tintinear constante de sus campanitas de bronce atadas a los largos cuellos. A contracorriente, por el mismo camino, volvían otras tropas de llamas y mulas cargadas con anclotes de aguardiente, achiote, ají colorado, yuca, maní, camote y, lo que era el “oro verde” de estos valles: los atados de hojas secas de la sagrada hoja de coca. Todavía en su tiempo los incas habían dominado esta región. Un príncipe hijo de Inca Roca había sometido Challabamba, Pillcopata, Hauisca y Tunu (2), donde se cultivaba la coca que ellos usaban en sus ritos al Sol, a la Pachamama y a los Apus.
Aquel día, apurados y sudorosos, guiaban a las manadas, grupos de indios de Ocongate, Lauramarca, Pitumarca o Quiquijana que venían viajando a pie cuatro o cinco días.
También, montados en caballos finos, paseaban, recibiendo el saludo de los paucartambinos, los comerciantes “arrieros” de Cusco y los “majeños” de Arequipa, ataviados con sus grandes sombreros de paja, vistosos trajes de seda, casacas de cuero, pantalones de montar y polainas; espuelas y hebillas de plata de San Pablo y foetes de cuero trenzado y repujado del Tucumán.
Los viajeros, llegaban a escuchar la misa que el padre Dávalos celebraba en la iglesia nueva construida  a devoción de la Virgen del Carmen, cuya veneración estaba cobrando fama, por los numerosos milagros atribuidos a su sagrada imagen.
En suma, Paucartambo, era un pueblo laborioso de arrieros, comerciantes y hacendados que concurrían a sus ferias dominicales; en ellas se veía a los indios quechuas de la hacienda K’ero propiedad de Don José, intercambiar atuendos, abalorios, tejidos y alfarería con los indios “chunchos”, es decir, tonos y machigengas de la selva, quienes sin proferir palabra alguna y sólo con señas, con una extraña gravedad de algún antiguo rito, hacían el trueque o “chalay” de sus productos.
La lluvia copiosa de marzo había cargado el torrente del río y era el tiempo de los choclos y las cañas dulces o “huiros” que los niños masticaban y chupaban con delectación. Luego de la torrencial lluvia, salía el sol brillante calentando el día y evaporando el agua; cantaban los pájaros de júbilo, revoloteando entre los capulíes cuajados de frutos; entre los arbustos de melocotones, abridores, hunuelas, duraznos y blanquillos. Cantaban los pichinchos con trino lastimero y los chihuacos con su timbrada voz; los jilgueros charlatanes y bulliciosos. Cuando rugían, en su encuentro, las aguas del Mapocho y el Quenqomayo.
En casa de los Pérez Armendáriz se celebraba en esos momentos el advenimiento de un bebé varón, ya se había tomado el chocolate de doce ingredientes, que estaba preparado en caldo de patitas hervidas hasta hacerse gelatina; ya se habían consumido los bizcochos y el pan que los indios llamaban “Tiaq-huallpa” o gallina empollando, junto con las rosquitas y bizcochuelos, ese mismo manjar que, embebido en vino de misa, daban a los loros para enseñarles a hablar.
A la hora del almuerzo la larga mesa del comedor principal con sus arquerías y columnatas de piedra iba llenándose de comensales que llegaban cargados de regalos para el pequeño infante, que era presentado arropado con finos ropones de algodón y mantas de Castilla. Lo paseaban de brazo en brazo entre abuelas y tías. Una de las abuelas, la más vieja, sin que nadie tomara en cuenta, al ver la carita angelical y la tranquilidad del pequeño dijo estas palabras, en tono profético: “Este angelito ha de ser sacerdote y llegará a lucir la tiara de obispo”.
Se sirvió la merienda y el lechón con tamales y, también, los más finos tragos importados de Europa y el vino de Chaucalla traído en anclotes o vasijas de barro cocido.
Cerca de allí, en la cocina, almorzaban los pongos, sorbiendo las “lahuas de maíz” en una competencia de sordos ruidos bucales. Ellos andaban descalzos, mal vestidos con andrajos y estaban sentados en los poyos de barro, debajo de los cuales, murmuraban y chillaban los cuyes pequeñitos, al notar la llegada del forraje fresco combinado con trébol silvestre y la sabrosa “khana”, que masticaban como si fuese una golosina.
Los indios comentaban en su idioma nativo sobre la vida de los mestizos y chapetones; sobre la llegada del nuevo patrón que, de vivir, sería, también, el patrón de los hijos y de los nietos de estos indios, pues las cosas no cambiarán para ellos, desde la caída y ajusticiamiento del Inca adolescente Túpac Amaru, capturado en las selvas de Vilcabamba o desde la desaparición de Juan Santos Atahuallpa en las montañas selváticas de Oxapampa, a menos que aparezca por allí un Mesías redentor de indios que les devuelva la libertad sacudiéndolos de la esclavitud en la que todavía vivían.
En esos tiempos los encomenderos hispanos explotaban sin misericordia al indio, millones de hombres de esta desgraciado pueblo habían sido recolectados para ejecutar trabajos forzados, hasta sucumbir trágicamente en las minas de plata de Potosí -de cuyo producto, unos viajeros ilustres (Jorge Juan y Antonio de Ulloa, autores de “Noticias secretas de América”) habían dicho “que si se exprimiera, saldría más sangre que plata”-, la fuerza indígena se usaba extrayendo el venenoso azogue en las socavones de Huancavelica o tejiendo bayeta y jerga en los obrajes de Paruro y en los chorrillos de Urcos y Pitumarca.
Al día siguiente, las campanas del templo llamaron a la misa, en este templo que hacía la opulencia de los feligreses, por sus altares barrocos y sus cuadros al óleo. Flores rojas de kantu, azucenas blancas, el sagrado Aputoqto y varas de San José, adornaban los altares de cedro tallado y estofado con oro. La flores se exhibían en sendos floreros de plata labrada, en orzas de cerámica enlozada traídas desde Talavera de la Reina, de España y en grandes vasijas de la llamada “Qosqo loza” de los talleres de Santiago en el Cusco.
A medio día, el párroco de Paucartambo bautizó al pequeño José Pérez, administrándole los santos óleos, sal y khrisma, luego de una larga misa y homilía de dos horas, en la que se habló de la conveniencia de obedecer los mandatos de Su Majestad el Rey, y las bulas de su Santidad el Papa, para llevar “una vida frugal, sana y piadosa, entregada al Señor, nuestro Salvador, y dejar de estarse metiendo en odiosas conspiraciones azuzadas por Satanás, el príncipe de la tinieblas”.
Luego, ante la pila bautismal de mármol y hablando en perfecto latín, el padre Antonio Dávalos y Carreño, impuso sus manos santas e hizo la señal de la cruz en la frente, boca y pecho del recién nacido obsequiándole con parabienes y, con una conchuela marina, derramó, en el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo, el agua bendita que cura del pecado original, reconciliándolo con Dios padre y la Iglesia de Cristo.
Con admonitoria voz llamó la atención de los padrinos: “para que no sean cómplices de que esta almita inocente, salvada ya del pecado original, vuelva a ser atraída por el demonio y arrastrada por las sendas del mal”. Abogó por la educación religiosa, moral y espiritual del infante.



AÑOS DE INFANCIA DE PÉREZ ARMENDÁRIZ

Al pasar los años en la soleada villa de Paucartambo, la infancia del futuro prócer e inspirador de la independencia, transcurrió apacible, amamantado por nodrizas indias; su primera lengua sería el quechua o Lengua General del Perú y pasaría visitando las haciendas y casonas de sus padres. La educación y las primeras letras estarían a cargo de maestros particulares y de sus propios padres.
El hogar atendido por una madre solícita y amorosa, y un padre trabajador y honrado que vivía en prosperidad, era un modelo para las familias paucartambinas. La educación de los infantes comprendía las Bellas Artes como la música, pues, había que aprender a tocar la vihuela, el clavicordio o la flauta dulce y hacer artes manuales, especialmente en el caso de las niñas, como el tejido de crochet, el bordado en bastidor o la repostería para la preparación de viandas, platillos y exquisitos manjares como el manjar blanco de leche, los guisos de durazno o de frutilla y manzanas; los suspiros de azúcar para la Semana Santa y el “t’impu” o puchero de los carnavales.
La educación de los varones iba dirigida para hacer de ellos doctores de la ley o abogados, sacerdotes y militares. El primogénito, generalmente, tomaba los hábitos sacerdotales; el segundo, vestiría el uniforme militar, mientras que las niñas se educaban para el matrimonio con el mejor partido que escogían los padres o, sino, vestirían los hábitos religiosos.
Muchas veces, por la voluntad de los padres y contra la suya propia, las hijas eran obligadas a tomar los votos perpetuos en los monasterios de clausura donde ingresaban muy jóvenes y acompañadas de su propia servidumbre.
Los conventos monacales en el Cusco eran: el convento de las monjas de Santa Clara, el cual se hallaba en el lugar llamado Pampa de Santa Clara; el convento de Santa Teresa ubicado a orillas del río Saphi o Huatanay, al oeste de la Plaza de Armas; el Convento de Santa Catalina ubicado, justamente, en lo que fuera el Acllahuasi de los incas y el convento de las Nazarenas descalzas que se hallaba en la Plaza del mismo nombre. En estos conventos ingresaron las hermanas de José, pues eran para las hijas de los potentados. Aparte, para las hijas de las familias mestizas pobres y para las indias, había Beaterios.
La escala de estamentos sociales de Paucartambo mostraba en su cabecera a la clase alta, la aristocracia colonial -conformada por encomenderos o hacendados, dueños de vidas y grandes extensiones de terrenos-, y las autoridades coloniales: corregidores, intendentes, jefes militares y la alta clerecía que, también, era dueña de grandes haciendas feudales, minas, chorrillos y obrajes. Seguían a esa categoría los criollos empobrecidos, los indios nobles o caciques y los mestizos que, por lo general, eran comerciantes, arrieros y profesionales u oficiales de las artes utilitarias.
El bajo pueblo lo constituían los mestizos pobres, obreros, peones, indios mitayos, que habían sido reducidos a vivir en pequeños poblados desde tiempos del Virrey Toledo; para ellos, la corona había dado leyes de protección conocidas como las Leyes de Indias. Finalmente, estaban los esclavos negros, traídos desde el África y vendidos al mejor postor, no gozaban de derecho alguno.

La casa solariega de los Pérez Armendáriz en Paucartambo, estaba dotada, además, de una biblioteca de obras selectas; era un aspecto principal de la educación, el inculcar el sano y provechoso hábito de la lectura entre los jóvenes. Es claro que la mayoría de los libros eran sobre historia sagrada, algunas novelas, anuarios, obras de filosofía tomista y escolástica, en tomos ilustrados a mano, conocidos como “Incunables”; literatura de autores clásicos grecorromanos como la Iliada y la Odisea de Homero; obras de teatro, novelas como los antiguos cantares de gesta y obras de los escritores del Siglo de Oro español, entre ellas, la obra del Inca Garcilaso y de los cronistas españoles; Lope de Vega, Góngora y Argote, y “El Quijote” de Cervantes, que se conoció en el Perú a dos años de ser editado en la imprenta de Juan de la Cuesta en Madrid en octubre de 1607;  no faltaban en esta biblioteca uno que otro tratado de alquimia o de gramática, oratoria sagrada y manuscritos en papel o en pergamino que se denominan “karachos” por estar encuadernados en cuero apergaminado.
  Desde temprano los muchachos aprendían a mandar sobre su basta servidumbre, pues, tenían que heredar los bienes de sus padres y abuelos, por lo que se les enseñaba con rigor las primeras letras, pues, como se entendía en esos años “la letra con sangre entra” y esto era aún más riguroso para el aprendizaje de los números, útiles para la teneduría o administración de las grandes heredades. El famoso cronista mestizo Inca Garcilaso de la Vega, recordaba en su obra el castigo de veinticuatro azotes que recibió –doce propinados por su padre y doce por su maestro- por haberse “ch’itado” o faltado injustificadamente a sus lecciones, para ir a ver cómo, por primera vez, los españoles araban la tierra cusqueña con una yunta de bueyes. Se decía que “Árbol que crece torcido nunca su tronco endereza”, y el método de enderezamiento de las jóvenes almas proclives a torcerse por los malos senderos de la vida, pasaba por la paliza, los palmetazos y los azotes.
Sin embargo, los jóvenes hidalgos se divertían en las competencias de carreras de caballos, en los torneos para “romper cañas”, certámenes de gimnasia y esgrima, pues todo caballero debía dominar la espada. Además los jóvenes participaban en excursiones de carácter exploratorio a las selvas y regiones desconocidas y practicaban la cacería, para afinar la puntería y la destreza en el manejo de las armas de fuego; los más valientes, se enfrentaban a los bravos toros de lidia, toreando en las fiestas religiosas populares.
El hogar de los Pérez Armendáriz, como todo hogar de terratenientes, era católico; pero éste se distinguía de los demás  por su práctica piadosa.
Desde muy temprano se oraba en la capilla privada, oficiándose una liturgia antes del amanecer, con todos los miembros de la familia y la servidumbre; lo mismo se hacía al anochecer, antes de acostarse y no se podía faltar a la misa de domingo ni de fiestas de guardar.
Al crecer los jóvenes, ya en la adolescencia, dejaban la casa paterna y eran enviados a proseguir estudios para adquirir una profesión, enrolarse al ejército o tomar los hábitos.


ESTUDIOS EN EL SEMINARIO DE SAN ANTONIO ABAD DEL CUSCO

Años después, José Pérez Armendáriz, el joven primogénito, dejó su tierra paucartambina y a su familia; fue conducido por su padre hasta la gran ciudad del Cusco en el año de 1743, contaba, a la sazón, con catorce años cuando se matriculó en el Seminario de San Antonio Abad.
No era la primera vez que venía al Cusco, en su niñez había venido con sus padres y recordaba la belleza de la ciudad, la riqueza y opulencia  de las familias cusqueñas, la extraordinaria monumentalidad de la Catedral, la Compañía de Jesús; el sonido claro y bronco de la campana “María Angola”, la belleza del Corpus cusqueño, que fuera perennizado en los lienzos de la iglesia de Santa Ana. Por muchos años recordaría la grandeza de las murallas de Sacsayhuamán, donde había jugado con sus primos, escondiéndose en las “chincanas” y pasadizos. Había acariciado y admirado los bloques graníticos perfectamente acoplados de las calles: Loreto Q’ijllo, Ahuaqpinta, Romeritos y Hatun Rumiyoq. Pero este viaje era muy especial puesto que se quedaría a vivir y estudiar en la  urbe incaica y colonial.
La cuesta de Paucartambo, el camino por donde se ven las antiguas “chullpas” o sepulturas  de los incas en Ninamarca; las altas abras o “Apachetas”, desde las cuales se veía por última vez el valle de Paucartambo, -arrancando suspiros dolorosos desde lo profundo del alma del joven viajero- y se abrían otros horizontes dominados por el altísimo monte Pachatusan, puntal del universo, por donde, según las creencias de los indígenas, las ánimas de los muertos ascendían al Hanaq Pacha o al otro mundo, y a cuyo pie se extendía el fértil valle del Vilcanota. El camino ascendente llevaba  al abra de Chahuaytiri, y bajaba por los poblados de Cuyo, Ampay y Písac. En la altura de esta población los viajeros hacían un alto para visitar las viejas ruinas incásicas hechas con piedras finamente labradas y bellamente dispuestas en medio de grandes andenerías, que mostraban la grandeza y riqueza de aquella cultura destruida. La comitiva pernoctaba en la villa de P’isaq, poblado situado a orillas del río Vilcanota o Willkamayo (Río Sagrado), en la casa solariega de un pariente cercano. La plazuela de P’isaq, estaba adornada con viejos y corpulentos árboles de pisonay, Muy temprano, al amanecer los jóvenes y niños  acompañaban a los criados a comprar el pan que salía humeante y aromático de los hornos caldeados con leña. Los comensales, reunidos en la gran mesa del comedor, oraban antes de servirse los alimentos: Una fritura, pan con nata o mantequilla y un tazón de chocolate  de los valles de Santa Ana.
El viaje se reiniciaba cruzando el puente de cal y canto y el camino al poblado de Taray, inicio de la larga cuesta hasta la comunidad de Huancalli y la planicie de Chitapampa, donde, en la antigüedad, había sido confinado, por su padre el Inca Wiracocha, al cuidado de las llamas y alpacas del Sol, el impetuoso príncipe Inca Ripac. Cuentan que en sueños, este joven había visto al fantasma de un inca antiguo que le hizo saber que la gran rebelión de los Chancas ponía en grave peligro la sagrada ciudad del Qosqo, por lo que él se puso en camino para defenderla con su vida, enfrentando a un enemigo numeroso e implacable, al que derrotó, aún con ayuda de las piedras y arbustos, que a sus órdenes se convirtieron en guerreros, en la batalla de Yawarpampa o planicie de sangre, por los miles de cadáveres de ambos bandos que allí quedaron.
Los viajeros almorzaban en el poblado de Ccorao, en una estancia rodeada de saucos y sauces llorones, cerca de un arroyo de aguas cristalinas. Luego ascenderían, aún más, hasta el abra del mismo nombre, desde donde se divisa el gran valle de Cusco y se desciende por el paraje de Yuncaypata, y el río de Pumamarca, en cuya cabecera están las ruinas del fuerte de Pucapucara y las fuentes de Tambomachay, donde descansaban y daban de beber a los caballos, para proseguir el camino rumbo a Lacco, K’usilluchayoq y las cavernas de Q’enqo. Entrando a la ciudad por el barrio de San Blas, por las callejuelas empedradas de la cuesta sambleña hasta Hatunrumiyoq, con su famosa piedra de doce ángulos, y calle Triunfo, que llevan a la Plaza de Armas. De allí se dirigían a la casa solariega familiar ya alumbrados por la luz rojiza del crepúsculo vespertino y cruzándose con grupos de mujeres beatas que volviendo de alguna misa, iban a otra, saludando a los cansados cabalgantes con sus “buenas noches papay”, “buenas noches niño José”. Ya en la casa situada en la cuesta del Almirante, les espera un buen baño caliente de hierbas aromáticas y medicinales, la cena de bienvenida y el sueño reparador.

Para el joven estudiante, cambiar de domicilio, debió ser un cambio brusco; pues es doloroso dejar la casa familiar, la pasividad del terruño, el bullicio del hogar para acostumbrarse a la disciplina monacal, la soledad de los claustros, la severidad de las reglas conventuales.
El joven retoño de los Pérez Armendáriz se matriculó en el Seminario de San Antonio, donde encontró a la flor y nata de la juventud coetánea; se vincularía con familias ilustres; profundizaría sus lecturas y conocimientos en excursiones y paseos; conocería las riquezas arquitectónicas y tesoros de esta misteriosa y deslumbrante ciudad del Cusco, cabeza de los reinos del Perú, escenario de hechos memorables, trágicas guerras fratricidas, traiciones, levantamientos insurreccionales, pomposas fiestas y costumbres de dos culturas superpuestas y, algo que era notorio para cualquier hidalgo o hijo de una familia pudiente: la existencia de una acentuada división social y racial que permitía el abuso de la burocracia colonial contra los indígenas, esclavos negros, mulatos y mestizos.
El joven Pérez Armendáriz, habría visto el infame comercio de esclavos. Habría presenciado las injustas detenciones de ciudadanos para ser procesados, acusados y llevados a la Ciudad de los Reyes para su ejecución en autos de fe dirigidos por los inquisidores del terrible Tribunal del Santo Oficio, que se ensañaba contra los indios insurrectos, contra los que pretendían mantener sus antiguos ritos y creencias, y contra todo aquel acusado de actos de superchería y brujería. Para cualquier persona, saber que azotaban, descuartizaban o quemaban vivos a los hombres por sus creencias ancestrales, debió ser una experiencia desagradable.
Le habría causado escalofríos saber que allí, cerca de su casa, en la época de la  conquista se habían realizado las degollaciones y ahorcamientos en la pica, que dicen, estuvo situada al costado de La Catedral, frente a la iglesia de Jesús y María, donde todavía se alza el gran salón y los portales de piedras almohadilladas, en cuyo lugar el presidente, los oidores y relatores de la temible Santa Inquisición, o Tribunal del Santo Oficio, daban las sentencias y hacían ejecutar, sin remordimientos, a los acusados por el delito de desobediencia al Rey o por herejía, haciendo sacar a los reos, vestidos con san benitos y cucuruchos para herejes, desde el interior tenebroso de sus calabozos de piedra, en cuya portada se halla labrada una calavera pétrea con dos tibias. Los condenados, recibiendo castigos y tormentos y la burla del populacho, daban una vuelta por la plaza de armas, antes de ser sometidos a la espantosa carnicería o a ser asados en las parrillas de la hoguera. Otros eran enviados a Lima o a las prisiones de España y África, padeciendo hambre, enfermedades, inauditos y crueles maltratos, como nos refiere en sus memorias el Inca Juan Bautista Túpac Amaru, quien padeció cuarenta años en la espantosa prisión de Ceuta en el norte de África y pudo regresar, ya viejo, a morir en suelo americano, en la Argentina de 1822.
Como hombre piadoso que era, José Pérez, visitó el hospital de naturales donde vio la miseria y pobreza en que terminaban los indios moribundos. Asistió a las pomposas ceremonias conmemorativas del cumpleaños del Rey, la llegada del sello real, narrado por Ignacio de Castro; el matrimonio del príncipe heredero o la asunción de un nuevo Papa. Ceremonias y fiestas en las que los españoles obligaban a los nativos escuchar misas usando, -por el capricho de las autoridades-, ridículas gafas oscuras de carey, calzones de seda de China o mantones de Manila, sólo para enriquecer las arcas reales y el poder de las órdenes religiosas. Fue allí y con esas experiencias desagradables, como constatar la avaricia de los frailes, la gula extrema y la codicia de algunos malos sacerdotes católicos, que  el joven seminarista cambió su modo de ver el mundo; sacrificó su estilo de vida en opulencia, para seguir una vida de asceta, que desprecia todo bien y riqueza terrenal para compartirla con los más necesitados. De esa manera, se acostumbró a llevar una vida llena de privaciones voluntarias para alcanzar las virtudes inherentes a la santidad, es decir: templanza, generosidad, paciencia y sabiduría, sin olvidar lo principal: su amor por aquella raza humillada y vencida a la que había que redimir, porque a los ojos de cristo redentor, lo que estos malos cristianos hacían con ella, era una crueldad imperdonable y vergonzosa que su espíritu piadoso, abominaba.
Él, que por la riqueza de su familia y los bienes que heredaría de sus padres, podía vivir con lujos y opulencia, fue el ejemplo de renuncia a los bienes terrenales; se sometió voluntariamente a una preparación severa consigo mismo, en la formación de otro tipo de cristiano, que sería, después, el ejemplo viviente de patriota y el sembrador de la semilla fértil de la libertad en el alma de las nuevas generaciones de peruanos.
Pérez Armendáriz, estudió con ahínco y firme voluntad las asignaturas impartidas en el seminario, entre ellas, la Gramática Latina, en textos reconocidos de su época como la Gramática Castellana de Elio Antonio de Nebrija, publicada en 1492. Una obra trascendental que colocó al Castellano a la altura de las más importantes lenguas modernas.
El curso de Phiylosophía que trataba de la escolástica o filosofía neoplatónica y el tomismo de Tomás de Aquino, llamado el Doctor Angélicus, autor de la obra “Summa Theológica”. También se estudiaba la vida y obra del  poeta culterano, denominado por su elocuencia “el Demóstenes andino” o “El Lunarejo”, como se conoció al doctor Juan Espinosa Medrano, autor del “Auto Sacramental del hijo pródigo”, “Apologético en favor de Don Luis de Góngora” y “La Novena Maravilla”.
El curso de “Sagrada Theología” trataba de lo concerniente a la divinidad y lo sagrado de los misterios religiosos que sustentaban la esencia misma de la religión católica, o sea: el culto, el dogma, los ritos y los misterios.
En todas estas materias que cursó con diligencia se examinó con todo éxito, ante los más severos y doctos jurados. Igualmente, se preparó para realizar cuatro actos públicos, dos de ellos en artes y otros dos en Teología, después de cinco años de arduos estudios que acompañó con gratificantes lecturas de obras de la antigüedad clásica, como las obras de: Homero, Platón Aristóteles, Sófocles, Virgilio, Séneca, Ovidio y otros clásicos. Sin olvidar obras que circulaban anónimas, en manuscritos como el Drama Quechua “Ollantay” Comedia Trágica (como dice en la carátula de uno de sus manuscritos) en tres actos o jornadas que compuso por aquellos años, basándose en tradiciones incásicas, el cura urubambino y párroco de Sicuani, Dr. Antonio Valdez o “Las Noticias Cronológicas”  del Dr. Diego de Esquivel y Navia.
José Pérez Armendáriz, después de cinco años de estudios fue graduado de Licenciado y Maestro de Filosofía en 1748 y más tarde, al concluir tres años más de estudios, recibió el Título de Doctor en Sagrada Teología en 1751.
El día del grado concurrió la familia plena y las amistades del flamante graduado. La ceremonia fue hecha en el Salón de Grados del Seminario Conciliar de San Antonio Abad, situado en la Plazoleta de las Nazarenas, la gran mesa estaba presidida por su ilustrísima el señor Obispo de la Diócesis del Cusco, el Director del Seminario, y los más dignos catedráticos, que examinarían al graduando por espacio de cuatro horas, con la severidad y profundidad que manda la regla, sobre los más espinosos problemas teológicos, gramáticos, dialécticos y filosóficos, solicitudes que el seminarista iba absolviendo con tal erudición que arrancaba el aplauso de los concurrentes y los llamados al orden de parte del señor Rector.
El padre del graduado, Don José Pérez Silvestre, mandó hacer un gran banquete en su casa solariega de Cuesta del Almirante, invitando a los más ilustres prelados como el Obispo, las autoridades militares del Cabildo, Justicia y Regimiento. Allí, los maestros, ya dejando la gravedad y adustez de la ceremonia formal, felicitaron al joven estudiante augurándole una carrera formidable en el magisterio de las ciencias, artes y disciplinas filosóficas y teologales.

ORDENACIÓN DE SACERDOTE Y CARRERA ECLESIÁSTICA
Su ordenación como sacerdote fue un acontecimiento notable en los anales de su época, por la fama de hombre prudente sabio y piadoso que tenía Pérez Armendáriz.
Pérez, dedicó sus desvelos al dictado de la cátedra de Gramática, luego fue profesor de Artes y profesor en la especialidad de Teología por espacio de 14 años. En esta cátedra explicaba la doctrina escolástica de: Orígenes, San Agustín y Tomás de Aquino; pero, también se daba tiempo para inculcar valores patrióticos en sus pupilos, predicando abiertamente la libertad para las colonias, el cese de los abusos y agravios a los nativos, a los criollos y mestizos. Así fue fomentando y sembrando el fermento revolucionario que, un tiempo después, despertaría en el clero impulsando a sus mejores miembros a participar activamente en la guerra de liberación contra el colonialismo español.
Durante diez años fue Regente y después Rector de la Real y Pontificia Universidad de San Antonio Abad; desde el 24 de noviembre de 1769 había ocupado los cargos de Cura de Españoles, Canónigo, Penitenciario, Tesorero, Maestrescuela y Chantre. Desde  1801 fue  Comisario Sub Delegado de Cruzada, Arcediano de la Catedral y, cuando postuló a la Canonjía Penitenciaria de la Catedral, se le postergó por sus ideas en favor de la emancipación. En aquella oportunidad el distinguido cronista cusqueño don Diego de Esquivel y Navia, deán de la Catedral, había elevado su enérgica protesta por el despojo del que fue objeto el Dr. Pérez Armendáriz.

LA GRAN REVOLUCIÓN DE TÚPAC AMARU

Por entonces, ya se fraguaba la gran insurrección de José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru y poco antes, las autoridades españolas habían develado la insurrección de los plateros que dirigió el mestizo Lorenzo Farfán de los Godos y habían capturado y sentenciado a muerte, al prócer indígena Bernardo Tambohuacso, Cacique de P’isaq.
Eran los tiempos del Obispo Juan Manuel Moscoso y Peralta, criollo natural de Arequipa que al principio tuvo simpatía por la rebelión de Túpac Amaru, pero al reconocer la magnitud del levantamiento y por el temor de que los indígenas expulsaran a españoles y criollos, tomó partido por el Rey y organizó la resistencia, determinando la caída del rebelde al haber dictado su excomunión. Sin embargo, por su actuación sospechosamente amigable con la revolución, pues había excomulgado al Corregidor Arriaga antes de la rebelión, fue acusado por un sobrino de Arriaga de haber dado, él mismo, la orden de captura para el funcionario español. Por estas acusaciones fue juzgado y llevado a España, donde, después, se le repuso sus derechos y fue ascendido a la dignidad de Arzobispo de Granada.
Igual sospecha recayó en el erudito Ignacio de Castro, pues, el oidor Mata Linares lo acusó de haber sabido de la rebelión del Cacique antes de que ésta ocurriera y que habría ocultado esa información a las autoridades; presunción que también recayó en el Dr. Pérez Armendáriz.
Aquella vez este prelado actuó como Provisor y Vicario General del Obispo Moscoso y Peralta, y se sabe que se entusiasmó con la noticia llegada desde Tinta después del 18 de noviembre de 1780, que indicaba que, por fin, el odiado Corregidor Antonio de Arriaga, había sido capturado, procesado y ejecutado en Yanaoca, por órdenes del jefe revolucionario, luego de cuyo acto se esperaba que Túpac Amaru marcharía con sus huestes en demanda del Cusco. Mas, como es sabido, el caudillo indígena prefirió ir a sublevar los poblados del sur y del Collao perdiendo la única oportunidad para apoderarse de la Capital del Tahuantinsuyo
Pérez Armendáriz, más decidido que su superior, tenía gran simpatía por la revolución, pero las matanzas de índole racista de criollos y mestizos, la pretensión de los indígenas rebeldes de expulsar a los blancos y restaurar el Tahuantinsuyo hicieron que moderara su entusiasmo y que el clero en general sancionara al caudillo y a la revolución haciendo que criollos, mestizos e indios fieles, se plegaran a la causa realista.
Al final el líder indígena cayó derrotado por las fuerzas del mariscal José del Valle y del propio Visitador Antonio Areche. Pérez Armendáriz, hombre justo y defensor del indígena, vio con estupor la derrota de la causa americana, y cuando fueron traídos presos los jefes y lugartenientes, presenció la cruel ejecución de José Gabriel Condorcanqui, su esposa Micaela Bastidas y todos sus parientes e hijos, víctimas de esta espantosa carnicería propiciada por el sanguinario Areche y sus secuaces.
También, como Ignacio de Castro, estuvo al lado de su superior el Obispo Moscoso y Peralta en los juicios contra los Túpac Amaru, de donde el obispo acusado de ser sospechoso de proteger a los conjurados fue, como ya dijimos, enviado a España.

INFLUENCIA DE LOS JESUITAS EXPULSADOS

La terrible experiencia de aquella rebelión indígena que sacudió los cimientos mismos del estado colonial, dejó su huella en la Iglesia Católica y dividió en dos fracciones políticas antagónicas aquel sentimiento patriótico, originado aún poco antes, en 1767, con la expulsión de los jesuitas. Los resentimientos cobrarían vigencia pues por esos años el cura jesuita, educado en el Real Colegio de San Bernardo, en el Noviciado de la Compañía de Jesús y en el Colegio Máximo de la Transfiguración del Cusco y expatriado treinta años en Italia, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, había escrito su famosa “Carta a los españoles americanos” publicada, póstumamente, en 1799 por el prócer venezolano Francisco de Miranda en Londres, en la cual, el ex-jesuita, llamaba a los pueblos del continente a luchar por la emancipación del yugo español. El opúsculo circuló por diferentes lugares de América como México, Venezuela, Río de la Plata, etc. En varias ocasiones fue incautado por las autoridades españolas que lo declararon documento subversivo; inclusive algunos ejemplares fueron quemados en plazas públicas de Caracas. No se tiene noticias de la llegada de este documento de propaganda revolucionaria americana al Cusco, pero el ánimo que imperaba en esta ciudad era el de iniciar la lucha libertaria.
Pérez Armendáriz comprendió lo difícil que sería emprender la lucha liberadora contra el enorme poderío español, sin el concurso de un grupo humano preparado espiritual y materialmente; por eso orientó su prédica revolucionaria a la juventud estudiosa del Seminario San Antonio Abad, en cuyo rectorado estuvo por espacio de 37 años.
El fermento revolucionario que propagó, alcanzó hasta los conventos de clausura, a los párrocos de los pueblos más alejados y a gran parte del clero regular y secular.
La revolución indígena de 1780, aunque derrotada hizo que criollos y mestizos pensaran seriamente en la posibilidad de independizar la patria de la España colonial imperialista; pero, destruir ese poder era tarea muy difícil. Fueron los criollos, hijos de padre y madre españoles, nacidos en América, los que sufrían la postergación y discriminación por las prohibiciones contra ellos, pues, no podían ejercer cargos públicos en contraste con las inmensas fortunas que detentaban, como fue el caso de la escandalosa postergación en la asunción al obispado que le hicieron las autoridades peninsulares a Pérez Armendáriz.
Los criollos nacidos en este país no podían asumir al Perú como su propia patria. Esa odiosa discriminación los volvería rebeldes, descontentos y propensos a las conspiraciones. Esta razón hizo que personajes como los dos primeros Marqueses de Valleumbroso: Don Diego de Esquivel y Xarava, y  Diego de Esquivel y Navia, ricos potentados de horca y cuchillo, dueños de mayorazgos y cuantiosos bienes como casas, encomiendas, obrajes y minas de oro y plata, vivieran haciendo desmanes, provocando asonadas y sublevaciones populares contra los corregidores y autoridades españolas, y corrompiendo con su dinero a procuradores, jueces, secretarios y al mismísimo virrey, para torcer la justicia a su favor. El odio que tenían a los españoles era de tal magnitud que éstos les temían. Un corregidor recién nombrado: Don Rodrigo Venegas prefirió vender su cargo al marqués Don Diego de Esquivel y Navia, quien con su hermano José y un tío suyo realizaron estafas, falsificaciones de certificados y no pocos crímenes. El título del Marquesado de San Lorenzo de Valleumbroso fue dado por Real Decreto del 26 de marzo de 1687, por el Rey Carlos II (3). Los Esquivel eran dueños de la casa hacienda La Glorieta, en Quispicanchis; de la casona que hace esquina entre la calle Mesón de la Estrella y Marqués; justamente esta calle lleva ese nombre en recuerdo de los marqueses de Valleumbroso. Al morir el segundo marqués, el título y mayorazgo pasó a su hija Petronila Espínola quien casó con José Agustín Pardo de Figueroa. Este personaje tomó el título como el tercer marqués consorte de Valleumbroso y por lo que se sabe de él fue un hombre probo, sabio y talentoso, dueño de una gran cultura y una de las bibliotecas mejor dotadas de su época. Su cuñado fue el clérigo Diego de Esquivel y Navia, cronista y escritor que legó a la posteridad su libro “Noticias cronológicas de la gran ciudad del Cusco”.
Caso semejante y aún más agudo, constituía el de los mestizos, hijos de español e india o viceversa. Peor aún, cuando muchos de ellos junto con sus familias enteras, habían estado implicadas en la gran rebelión del cacique de Tinta.
Con la vacancia del obispado del Cusco, al ser retirado el obispo Juan Manuel Moscoso, tocaba el turno de acceder a esa alta dignidad religiosa a Don José Pérez Armendáriz, pero la oposición realista se lo impidió, nombrando en su lugar al clérigo español José María de Las Heras, quien, tiempo después, fue promovido al cargo de Arzobispo e Lima.

El CUSCO DE PÉREZ ARMENDÁRIZ EN LA NARRACIÓN DE IGNACIO DE CASTRO
Por la “Relación de la Fundación de la Real Audiencia del Cusco en 1788” impreso en Madrid en 1795, obra del erudito sacerdote tacneño Ignacio de Castro (1724-1792) podemos tener una idea general de cómo fue el Cusco de aquellos años, ante todo, su división social en castas:
 La nobleza, ya en decadencia, estaba conformada por pocas familias poseedoras de títulos y mercedes, dueñas de encomiendas y minas, haciendas y casas solariegas. Una vez enriquecidas en el Cusco, volvían a España para gozar de sus fortunas.
Los criollos estaban constituidos por gente honorable que raras veces accedía a cargos de responsabilidad en la burocracia estatal pero sí en el clero; eran, por lo general, terratenientes o hacendados ricos, dueños de obrajes y minas.
La clase de los mestizos que era numerosa y variada, en su posición social y económica, generalmente eran artesanos, comerciantes y finalmente:
Los indios, que eran los más numerosos pues constituían más de la mitad de la población, en su mayoría eran de habla quechua, eran considerados colonos de las haciendas o encomiendas, pagaban tributos altos y renta de la tierra que ocupaban. El hacendado se valía de su trabajo gratuito y forzado sea en los campos de labranza, en los obrajes y en las minas.
De Castro, dice que el clima del Cusco no llega al calor que relaja ni al frío que entorpece, aunque la temperatura baja sensiblemente entre los meses de junio y julio. Sin embargo, su variedad es notoria porque en un mismo día suele nevar, relampaguear, tronar, granizar: un rato nebuloso, otro sereno, ya de destemple, ya del sol ardiente, variando el aire con la temperatura, cosa favorable a la salud. En realidad son pocas las enfermedades que afligen a los pobladores…No abundan los insectos dañinos como en otras tierras, siendo notoria la presencia de longevos en todas las clases sociales. Además, los vecinos del Cusco poseen en las cercanas poblaciones de Urubamba y Yucay, lugares excelentes para curar sus dolencias… etc.
En esa obra, Castro se ocupa también del edificio de la catedral, las calles y plazas, la pobreza y existencia abundante de mendigos; narra la composición del cabildo eclesiástico con sus cinco dignidades y curas para españoles y curas para indios negros y mulatos. Describe las instituciones religiosas como el Seminario Conciliar de San Antonio Abad y su universidad, la existencia de conventos, monasterios y beaterios. La iglesia de la compañía de Jesús a la que considera como la mejor  de América meridional, que fuera propiedad de los jesuitas expulsados del Perú en 1767; igualmente, describe las seis parroquias cusqueñas: Belén, Hospital, Santa Ana, San Blas, San Sebastián y San Jerónimo;  da noticia de la existencia de cuatro hospitales: El de Naturales, el de San Juan de Dios, el de Nuestra Señora de la Almudena y el hospital de San Andrés que era destinado para mujeres. Y reseña, además, la historia del Colegio de San Bernardo, del que era Rector. También describe las fastuosas fiestas del Corpus Christi cusqueño. Su tema principal es la historia de la creación de la Real Audiencia del Cusco como consecuencia de la revolución tupacamarista para cuidar de los indígenas y evitar los abusos cometidos contra ellos. También narra los honores con que el Cusco recibió el Real Sello que por orden emanada de las Leyes de Indias, era recibido como si fuera la misma persona del monarca español.  

EL CUSCO DE PÉREZ ARMENDARIZ EN LA NARRACIÓN DE ESQUIVEL Y NAVIA

El cronista Diego de Esquivel y Navia, descendiente de los marqueses de Valleumbroso, sacerdote que llegó a ser deán de la Catedral del Cusco, fue autor de la obra “Noticias cronológicas de la gran Ciudad del Cusco”, desde  la fundación del Cusco hasta 1749. En este libro describe de forma cronológica la serie de acontecimientos notables ocurridos en esta ciudad desde el incanato, valiéndose de fuentes escritas y orales, en un gran esfuerzo de síntesis, con lo que inicia un estilo literario dirigido a crear el sentimiento nacional peruano y sugiere la necesidad de la emancipación del Perú, en una nueva nación ubicada en lo que fueron territorios de los imperios  tiahuanaco e inca
Con orgullo, Esquivel exalta las glorias antiguas del Cusco, critica el autoritarismo de los españoles, en especial la actitud cruel del virrey Toledo al mandar sacrificar al joven emperador inca Túpac Amaru. Traza las semblanzas de personajes como Juan Espinosa Medrano, el Lunarejo. Narra situaciones como las pestes que asolaron la ciudad, el gran terremoto de 1650, el mecenazgo del Obispo Manuel de Mollinedo y Angulo, reconstructor del Cusco colonial, etc.
La obra del cronista Esquivel y Navia, en copias manuscritas circulaba entre los criollos y mestizos más notables, infundiéndoles orgullo y rebeldía. Con total seguridad estos escritos fueron usados por Pérez Armendáriz en sus cátedras tanto en el Seminario Conciliar como en la universidad. Esa mutua admiración y amistad hecha en los más altos niveles de la curía, hicieron que el deán Esquivel y Navia protestara enérgicamente por la postergación de Pérez al obispado del Cusco.

PÉREZ ARMENDÁRIZ ES NOMBRADO OBISPO DEL CUSCO EN 1806

Pese a las maniobras realistas el Dr. Pérez Armendáriz fue nombrado Obispo del Cusco, por Real Cédula del 31 de enero de 1806. Tanto el Cabildo Eclesiástico como el Dr. Pérez, fueron anoticiados el día 9 de abril y asumieron los cargos el 12 de ese mismo mes
Ese día, estando su señoría ilustrísima en el salón de su casa de la Cuesta del Almirante, recibió al venerable Cuerpo Eclesiástico. Uno por uno, los respetables e ilustres religiosos tomaron la palabra deseándole parabienes al nuevo Obispo. Estaban allí las autoridades, directores y rectores de los colegios, seminarios, conventos, monasterios y, también, las principales autoridades y personajes de la ciudad. El ilustre prelado recibió a todos con humildad y agradecimiento por las atenciones, mientras hacía servir un aperitivo y finos bocadillos. Las campanas de la catedral, con la gigantesca “María Angola”, la compañía de Jesús y de las parroquias de la ciudad tocaban incesantemente, creando el ambiente de fiesta, mientras el pueblo devoto llenaba la plaza, para asistir al oficio religioso.
En medio de cánticos religiosos y con el mayor decoro y solemnidad muy pocas veces visto en esta tierra, el ilustre maestro fue llevado, a la cabeza de la comitiva, hasta la iglesia de La Catedral del Cusco. Lo rodeaban representantes de la Real y Pontificia Universidad de San Antonio Abad y su Real Colegio; los representantes del Real Colegio de San Bernardo, en cuya dirección había estado el célebre escritor don Ignacio de Castro, hasta 1792.
Acompañadas de sus caballeros de las órdenes de Santiago y de Calatrava, las damas de alcurnia de la nobleza española y criolla, lucían sus vestimentas más elegantes, con encajes de seda, mantillas y joyas de valor incalculable. Los caballeros iban con sus pelucas empolvadas, guantes de cabritilla, cuello almidonado y espadas relucientes. Ya no estaban los nobles indígenas, pues sus dignidades habían sido desconocidas después de la gesta de Túpac Amaru, y sólo figuraban algunos militares indígenas como el Cacique de Chinchero Don Mateo Pumacahua, quien había sido calificado por Antonio de Areche como un “sujeto fiel y digno de singular aprecio”, como premio por las masacres de indígenas que realizó en el valle de Urubamba, la hoya del Vilcanota, el altiplano y el Alto Perú, al sofocar la gran rebelión de 1780.
Las casas mostraban la más rica tapicería importada del oriente y que colgaban de los balcones y ventanas de la plaza; una gran alfombra roja estaba dispuesta en las gradas y tapizaba todo el camino del Obispo y su Cabildo, hasta el Altar Mayor, que se mostraba espléndidamente forrado con láminas de plata labrada y forjada. Allí esperaban las autoridades del Cabildo Secular. Y conducidos al coro tallado en madera donde se encuentra la silla episcopal, que ocupó el flamante Obispo, las más altas dignidades catedralicias, el señor Deán, el señor Maestre Escuela, todo el cuerpo Eclesiástico, rindieron obediencia, sumisión y rendimiento a su Señoría Ilustrísima como a su digno pastor y prelado de la Diócesis cusqueña. Luego comenzó la solemne misa de gracias y al culminar esta, la comitiva salió a la plaza, el público estalló en gritos de júbilo y se liberó al viento a una parvada de palomas blancas.
A pie, con paso cansado, el Obispo de setenta y siete años, retornó a su residencia agradeciendo con gestos de humildad a la multitud que lo aplaudía.
El sol de abril hacía vibrar en colores la fiebre de aquella fiesta, que hubiera sido aún más solemne si no fuera por la humildad de este asceta paucartambino de sangre india, elevado a la gran dignidad episcopal.
El nuevo Obispo, contrario a la pompa y el gasto excesivo, prefirió ser consagrado en el pueblo de Lampa, por el señor Obispo de La Paz, en una ceremonia solemne y sencilla rodeado de párrocos de pueblo, simples pastores de las almas más fieles y sufridas: las almas de los indios.

ANÉCDOTAS PINTORESCAS DEL ILUSTRE PRELADO

Cuentan las viejas tradiciones, una serie de sabrosas historias y anécdotas ocurridas a nuestro ilustre prelado, aquí van algunas de ellas:
Un curita que había conseguido privilegios durante el obispado del prelado español de apellido Las Heras, al ver disminuidas sus prerrogativas se había apresurado a reclamarle al nuevo obispo, por su nueva situación, a lo que el flamante prelado le contestó: “Mi querido cura, en tiempo de Heras todo eras, en tiempo de Pérez, nada esperes”.
En otra oportunidad había llegado un nuevo prefecto apellidado La Piedra, quien de modo abusivo decidió que los frailes franciscanos deberían ayudar a viva fuerza a empedrar las calles y hacer labores de mejoramiento del ornato público, por lo que el Abad del convento elevó su queja al obispo Pérez Armendáriz y este, con suma fineza, envió un oficio al Prefecto, invitándole a no importunar la labor pastoral y piadosa de los religiosos franciscanos. El prefecto permaneció obstinadamente en su afán y, rompiendo el oficio, le dijo al mensajero que le diga “al indio de su amo que se limpiaba el….con su oficio”. El humilde prelado dejó pasar la ofensa hasta encontrar la oportunidad para su desquite. Y esta oportunidad, felizmente, llegó. Un tiempo después el Prefecto La Piedra hizo una invitación a todas las autoridades cusqueñas a un banquete, seguramente con la intención de limar asperezas y corregir errores cometidos por su impulsiva actuación. Como no podía faltar el obispo, tuvo que cursarle la invitación respectiva. El inteligente obispo concurrió sin problema y fue recibido y atendido conforme a su dignidad por toda la concurrencia. El obispo comió y disfrutó de los aperitivos y de la buena conversación, hasta que le sirvieron un platillo que prefirió no comerlo, al notar eso el Prefecto La Piedra le insistió a que lo comiese, dándole la oportunidad esperada al inteligente y astuto obispo, quien le contestó que ese platillo le removía el estómago y le obligaba a ir apurado a hacer su necesidad biológica en cualquier lugar jardín o campo donde por el apuro del problema tendría que recurrir para su aseo a un recurso que usaban los humildes indios de su diócesis: La piedra.
Con lo que astutamente y con mucha inteligencia y agudeza de ingenió le devolvió la piedra a La Piedra.
El cura Chulla era párroco de la Doctrina de San Jerónimo última parroquia que pisaba el ilustre obispo, en su visita pastoral. El ingenioso curita recibió al obispo invitándole una cena  bien servida, cuando vio que unos cuatro niños vestidos de indiecitos portaban unos cirios encendidos en candelabros de plata labrada su señoría comentó diciendo: “Qué bien te tratas hijo mío que lindos candelabros portados por tan bellos angelitos”, de inmediato, Chulla contestó: “…y todos son hechura de casa”.
Al retirarse el obispo, Chulla le ofreció una mula de paso firme y él, montado en una yegua, lo acompañó hasta los límites de su parroquia, y despidiéndose retornó picando la cabalgadura. Cuando un rato después de su llegada a la casa parroquial, entraba nuevamente el obispo, pues la mula acostumbrada a caminar junto a la yegua, se había negado a continuar y dando la vuelta regresó a casa con el obispo a cuestas. Chulla fingió extrañeza pero luego envió a un criado para que acompañara a su ilustrísima hasta el Cusco.
El Prelado, sabiendo que de ese modo había sido víctima de las burlas de Chulla lo despojó del curato. El párroco viéndose en la calle y sin dinero encogió sus hombros y alquiló una tiendecita en la misma calle en que vivía el obispo y se puso a freír y vender chicharrones. El obispo al verlo en semejante oficio que decía muy mal de la majestad del clero, le reprendió, a lo que Chulla contestó, que “algo tenía que hacer para no morirse de hambre”. Entonces el prelado le convidó a ir a su casa pues “allí no le faltaría un plato”. Chulla, ni corto ni perezoso asistió como comensal de la mesa del obispo y, cada día, a la vista de los sirvientes guardaba un plato en su sotana y se iba. Cuando esta actitud fue denunciada ante el obispo, este volvió a increparle por esa conducta impropia de un sacerdote. En esta oportunidad Chulla le contestó diciendo que no hacía sino cumplir estrictamente con lo mandado por su ilustrísima, pues, en su mesa a él “no le faltaría un plato”.
En otra ocasión, al ver que Chulla llevaba una sotana mugrienta, el obispo le dio dinero para que se mande confeccionar un “vestido que suene”, en el sentido de que sea elegante. Pero el irreductible Chulla mandó confeccionar una sotana llena de campanitas y cascabeles, así se presentó ante el Obispo, quien al verlo en tan risible traza le resondró, pues era un hazmerreír, a lo que Chulla contestó que no hacía mas que cumplir el mandato de su ilustrísima y allí estaba con su “vestido que suene”.
Cansado de las bromas de este simpático y extraño curita, el obispo lo envió de párroco a la lejana Antabamba, con la consigna de que “no volviera a pisar estas tierras”, Chulla cumplidamente se alistó y fue a su curato, el más apartado de todos los de la diócesis, y al año, sin esperar la orden de la autoridad episcopal, apareció en el Cusco y se presentó ante el obispo, precedido por un grupo de indios que echaban tierra a manera de alfombra para que pisara el cura Chulla. En esas circunstancias salió el obispo e increpó al soberbio Chulla por la razón de su falta, pues le había prohibido que vuelva a “pisar estas tierras”. Como siempre, muy suelto de huesos, Chulla contestó, que si su señoría ilustrísima se fijaba bien, “estoy pisando mi tierra… no la suya”.
Un muchacho al que el Obispo Pérez Armendáriz protegía y educaba, teniéndolo como interno en el Colegio del Seminario, se caracterizaba por ser zamarro y socarrón. Una vez, en protesta contra el tipo de comida que se hacía en el Colegio y que era, tarde y mañana, la “Chuñocola”, (agradable una mazamorra salada de chuño o papa deshidratada con carne y papas), había escrito en la pared del refectorio lo siguiente:
                  “Maldito chuño de Sangarará;
                  ¡Cuándo, pero cuándo se acabará!”
Al leer esto el Obispo, ordenó que se haga un cambio y se sirviera sopa de quinua. Entonces el inconforme muchacho volvió a escribir en la pared del refectorio:
                  “Agradable está la quinua,
                  Mas no debe ser continua”
El Obispo, esta vez hizo coger al atrevido y la aplicó el castigo, a la antigua. O sea, bajándole los pantalones y haciéndole cargar con un indio, le propinó diez zurriagazos.
Resentido el zamarro, volvió a escribir, cerca de la habitación del Rector:
                  “Imasmari, imasmari,
                  Paucartambo alccamari” (*)
Al leer el ilustre prelado, mandó escribir debajo:
                  “Llapa qellaq
                  Siquin ch’uteqmari” (**)
Cuya traducción es:
(*) ¿Quién será, quien será, el alccamari de Paucartambo?
(**) El que desuella el trasero de todos los ociosos.
Alccamari, es una detestable ave de rapiña de plumaje blanco con alas y cola negras, como un pequeño buitre, su colorido se asemeja a la sotana que usaba nuestro Obispo, quien, como sabemos, era oriundo de Paucartambo. (4)


LA CONSPIRACIÓN DE AGUILAR Y UBALDE

En 1805 se develó en la ciudad imperial del Cusco, un movimiento que se había propuesto restaurar el imperio de los Incas. Los conspiradores fueron el minero Gabriel Aguilar y el abogado José Manuel Ubalde, entre cuyos planes estaban el asalto del cuartel y la captura de las arcas reales, para luego crear un nuevo Estado que proclamase un Emperador Inca. El proyecto de insurrección que comprometía a varias ciudades como la Paz, fue develado por la traición de un individuo de mala recordación llamado Mariano Lechuga. De inmediato las autoridades españolas atraparon a los implicados Aguilar y Ubalde y a varios curas rebeldes, ex-alumnos de la Universidad de San Antonio tales como: el Cura José Bernardino Gutiérrez, Capellán del Hospital de San Andrés, Marcos Palomino, el cura José Salinas, el abogado Marcos Dongo, Cura de Livitaca y una serie de personajes ligados al clero, mestizos e indios nobles, que ya habían madurado sus planes con mucha anticipación y tenían los espíritus insuflados del amor a la patria, (5). La Insurrección estaba a punto de estallar y, por sus dimensiones, iba a causar un serio problema a las autoridades españolas; pues, se había proyectado enviar expediciones hacia Las Charcas y hacia Lima. Lamentablemente, se frustró por traición y sus mentores fueron procesados y ejecutados en la horca, otros fueron enviados a presidios de Lima y del África.
Nuevamente la plaza cusqueña, escenario del sacrificio de tantos héroes y heroínas, se manchaba de sangre patriota, y la insolencia altanera de los peninsulares se alzaba, con soberbia, sobre el pueblo del Perú. El llanto de los familiares, la impotencia de los patriotas que quedaron huyendo, era como un veneno que inundaba las venas de odio y rebeldía. La patria tenía que esperar por su liberación, y una vez más, el odiado encomendero, corregidor o intendente, salía airoso vencedor.
Pero los intentos no cesaron, hubo conjuraciones dirigidas por curas en Juli, Puno, en 1806; otra encabezada por el Cura de San Pedro de Ácora, Manuel Ruiz de Navanuel, y,  en 1809, en La Paz, la conjura acaudillada por los ex-estudiantes bolivianos de la Universidad San Antonio Abad del Cusco: Pedro Domingo Murillo, Basilio Catacora,  y Gregorio García Lanza, que formaron la Junta Tuitiva y tomaron el poder, mostrando claramente que el magisterio meditado y profundo ejercido por el Dr. Pérez Armendáriz, había calado en el alma de las juventudes y su influencia rebelde se hacía sentir aún fuera de nuestras fronteras (6)

PÉREZ ARMENDÁRIZ, INSPIRADOR DE LA REVOLUCIÓN

El Obispo Pérez Armendáriz, antiguo Rector del Seminario y Rector de la Universidad de San Antonio Abad, había sembrado los ideales revolucionarios patriotas en decenas de generaciones de clérigos, quienes, a su vez, vivían predicando la libertad y conjuraban en secreto para hacer realidad, tarde o temprano, la conmoción social que sacudiría los cimientos de la caduca sociedad colonial regentada por españoles.
Se trataba de un caso especial, pues el Obispo era un criollo cusqueño forjado por la vida, no era precisamente blanco, sino, moreno por lo que sus enemigos lo tenían por indio; había visto de cerca el espantoso final de los Túpac Amaru, pero había albergado en su alma la llama revolucionaria de aquel rebelde indígena. Pérez, era un teólogo ilustrado de cultura universal, no era raro que conociera las ideas de ilustración y de la revolución francesa; había sufrido en carne propia la discriminación y postergación por parte de los peninsulares y por la calidad de sus conocimientos y su alta moral predicaba abiertamente ideales de libertad, en la cátedra, en el púlpito, en sus cartas y en la vida diaria. Fue por eso que las autoridades españolas lo habían sindicado como predicador de ideales subversivos y pedían su inmediato cambio.
En tiempos de Pérez Armendáriz, hasta las monjas de los monasterios de clausura y curas de parroquia cambiaban las letras de las letanías y canciones sagradas por frases que alentaban el odio al Rey y a la opresión realista, esta actitud del clero habrían hecho que el pueblo, en especial sus estamentos más pobres, de mestizos, negros e indios, tomaran conciencia de la necesidad impostergable de rebelarse contra ese régimen corrupto y anacrónico que duplicaba los impuestos, monopolizaba la economía, el comercio y explotaba sin misericordia a los vasallos (7). Sin embargo, cabe anotar que esta actitud del clero de 1814 contrasta fuertemente con la actitud traidora que exhibió durante la revolución de Túpac Amaru. Por lo que es poco probable que, por la prédica incesante de un solo patriota, toda la clerecía, reaccionaria hasta entonces, hubiera cambiado de parecer. Lo que da a presumir, que haya una intensión oculta para lavar la cara a la clerecía, pues, lo cierto es que la conjura salió primero del pueblo y fue apoyada, después, por la curia.
La conjura se hacía en las picanterías o chicherías, en los bajos fondos, en los botaderos del río Huatanay y a veces abiertamente, en espacios públicos se ejecutaban acciones hostiles contra los españoles y su burocracia estatal.
El repudio era tal que las autoridades españolas tuvieron que emitir una ordenanza para  castigar la insolencia de los descontentos con ese régimen de explotación extranjera.

LA PREPARACION DE LA REVOLUCIÓN DE 1814

Unos años antes ocurrió la invasión napoleónica a España y la usurpación del poder y el trono español a través de José Bonaparte, hermano del General y emperador francés que fuera coronado Rey de España. Para ello, se había depuesto al Rey Carlos IV y el hijo de éste, Fernando VII, había abdicado.
Este fue el pretexto más oportuno para que, a semejanza de las Juntas de Gobierno, creadas por la resistencia española en la península, se comenzara a instaurar Juntas de gobierno en todas las ciudades de América española, tanto en el Virreinato de México, como en el Virreinato de Río de la Plata, el de Nueva Granada y en el Perú, supuestamente, para “defender al Rey cautivo, privado de sus derechos” y para ejercer acciones políticas contra el despotismo napoleónico.
En el fondo, estas Juntas sirvieron para ejercer poder popular y extender los ideales de la revolución separatista, puesto que ya en 1810 la revolución emancipadora se hallaba triunfante en la Argentina y muchas revueltas se habían gestado en el Alto Perú, por la presencia de  la expedición argentina de Antonio González Balcarce y Juan José Castelli, por lo que el Cusco se convirtió en el lugar de reclutamiento de soldados realistas para combatir la revolución en el sur; varias expediciones comandadas por el brigadier realista, arequipeño, José Manuel de Goyeneche, Presidente de la Audiencia del Cusco y por el general español Fernando de Abascal y el brigadier cusqueño, Francisco Picoaga, salieron de esta ciudad.
Después, en 1811, el brigadier indígena Mateo Pumacahua, servil al gobierno español, realizó una labor de devastación y matanzas de indígenas en el Alto Perú.
Fueron soldados cusqueños y altoperuanos los que batieron al general patriota argentino Manuel Belgrano en la segunda expedición argentina y a José Rondeau jefe de la tercera expedición.
Sin embargo, tres habían de ser los semilleros de la revolución peruana (8):
El convictorio de San Carlos de Lima que era dirigido por el prócer chacapoyano Toribio Rodríguez de Mendoza. El Convictorio conciliar de San Jerónimo de Arequipa, que dirigía Pedro Chávez de la Rosa, La Universidad de San Antonio Abad del Cusco, dirigida durante 37 años por el Dr. José Pérez Armendáriz.
La influencia de la Universidad Antoniana y de su Rector, fue fundamental en la prédica de ideas revolucionarias separatistas. No se ha probado la presencia de algún ejemplar de la famosa “Carta a los españoles americanos” del jesuita Viscado y Guzmán, publicada después de su muerte por el prócer venezolano Francisco de Miranda en 1799, pero es posible que en la nutrida correspondencia ejercida por los revolucionarios, esa epístola editada por primera vez en Londres, aunque lleva como lugar de edición a Philadelphia, y escrita por un jesuita formado en el Cusco, que tenía esperanza en la revolución tupacamarista y muchos vínculos con esta ciudad, habría llegado y circulado en el mayor secreto posible.
Además, en sus manuscritos de 1791, el jesuita Viscardo y Guzmán, tuvo palabras de agradecimiento para con esta ciudad inspiradora, en la que estuvo siete años de su vida y donde aprendió a conocer el verdadero Perú, estudiando el idioma de los incas (9).
Los revolucionarios cusqueños tuvieron la misma claridad en sus principios y alegatos separatistas, como los que inspiraron a Viscardo y Guzmán:
El reconocer la desigualdad entre  españoles y el conjunto de criollos, mestizos, indígenas y esclavos, que mantenía la tiranía española, como algo abominable; la condena a la arbitrariedad despótica y el abuso contra los naturales; profesar  las ideas revolucionarias radicales de Rousseau, Voltaire y Montesquieu ideólogos de la Revolución Francesa, unidas a las remembranzas incásicas del Inca Garcilaso de la Vega y a las denuncias terribles del padre Bartolomé de las Casas, en su “Brevísima Relación de la Destrucción de la Indias”, etc. hicieron del documento de nuestro compatriota Viscardo y Guzmán, una orden para atacar a la monarquía e iniciar la lucha revolucionaria por la independencia en todo el continente. No es casual pues, que si no llegó el escrito mismo de Viscardo, (pues se le requisó y destruyó en todo lugar en que fue interceptado), en el Cusco se hicieran eco de su espíritu revolucionario los clérigos más avanzados y doctos como el Dr. José Pérez Armendáriz y los revolucionarios laicos como los Angulo, Béjar, Chacón y Becerra,  .
La semilla de la rebelión, los fundamentos ideológicos, los corazones ardorosos y la sed de libertad en los hombres estaba sembrada, los españoles intuían que ese odio iba a desbordarse en cualquier momento, muchos de ellos optaban por retirarse y volver a España llevando consigo sus riquezas.  En el horizonte se formaba una tormenta que aplastaría todo, los vientos sembrados por Pérez Armendáriz, el recuerdo de la sangre vertida por los Túpac Amaru, hicieron tempestad.

LA REVOLUCIÓN DEL CUSCO DE 1814

Muchísimos clérigos y ciudadanos libres despertaron a los ideales independentistas, y era porque la cultura, la filosofía y las nuevas ideas liberales y libertarias no estaban al alcance del pueblo sino de los únicos sectores sociales que tenía acceso a ellas. No había más profesión liberal universitaria que la de abogado, todo lo demás: la educación, la doctrina, la especulación filosófica o teológica, el conocimiento de la cultura clásica; la oratoria, la literatura y la historia, estaban en manos del clero. La gran masa popular era analfabeta, salvo contadas personalidades de la clase alta que eran eruditas e ilustradas, como el caso de los Marqueses de Valleumbroso, o de los marqueses de Concha y Jara o algunos escribanos como Juan de la Mata Chacón y Becerra Justo Sahuaraura, etc. Es conocido el hecho  que el tribunal del Santo oficio perseguía por herejes a los estudiosos y les privaba de lecturas prohibidas por el Papado y la Corona Real.
Sabido es que la labor ideológica a favor de de las ideas separatistas  realizada por el Obispo José Pérez Armendáriz, desde la época en que fuera Rector de la Universidad de San Antonio y luego desde el obispado del Cusco, fueron fundamentales para el desarrollo de un ideal patriótico y libertario, Se sabe, también que fue una labor de oculta, atinada, cautelosa, pero eficaz del clero patriota, que se vino haciendo desde quince años antes del estallido de la revolución de 1814. Otro factor fue el cansancio del pueblo por los excesivos tributos de guerra que pagaban para sostener a los ejércitos del Rey en su lucha con los revolucionarios del alto Perú y Argentina.
En ese estado de cosas, apareció un motivo fundamental, inesperado que hizo desencadenar el movimiento social, esta fue la promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812.
Fueron los criollos y mestizos, en especial, eclesiásticos los más influidos por las ideas revolucionarias, luego el bajo pueblo que, por su escasa educación, no comprendió el objeto de la revolución pero participó en las asonadas contra los criollos realistas y los funcionarios españoles, y, también, infelizmente, sirvieron a la contrarrevolución cuando saquearon los bienes y casa de los jefes revolucionarios derrotados. El caso de los indios fue diferente pues con ellos, aprovechando de su sometimiento, se formaban el grueso de los ejércitos realistas y revolucionarios y, los demás, los indecisos, en último caso, se plegaban al bando victorioso.
Sin embargo, la revolución por la Patria llegó a unir en una sola causa a criollos, mestizos e indígenas, es decir llegó a unir a todos los paisanos.

ESTALLIDO DE LA REVOLUCIÓN

Al ver retrasada la  juramentación de la Constitución de Cádiz, en el Cusco, puesto que ya había sido jurada en Lima, el abogado patriota Ramírez de Arellano, en abierto desafío envió un memorial al Gobernador Intendente y Presidente de la Audiencia, Mateo García Pumacahua, conminándolo a que realizara la juramentación de la mencionada constitución de Cádiz. En respuesta Pumacahua puso presos a Ramírez Arellano y a otros suscriptores del memorial, pues en su entender esta juramentación era un ardid de los rebeldes criollos y mestizos para acceder al poder, momento largamente añorado con el pretexto de apoyar al Rey destronado Fernando VII.
Pese a esos hechos se juró la constitución por lo que criollos y mestizos pasaron a formar el Cabildo o Ayuntamiento. Los patriotas tramaron un levantamiento en octubre de 1813, pero por causa de una delación del traidor Zubizarreta, fueron apresados los jefes del movimiento patriótico: Vicente Angulo Torres, Gabriel Béjar y Juan Carvajal. Posteriormente, en otra asonada cayeron presos José Angulo Torres y Manuel Hurtado de Mendoza. La protesta fue general contra el nuevo presidente de la Audiencia, Intendente Concha. Ante la constante negativa  de casi un año, la noche del 3 de agosto de 1814, se realizó el audaz golpe de estado, incruento, con la deserción y el paso de la guarnición realista a las filas de la revolución; luego, de inmediato, procedieron a capturar y poner presos a los funcionarios y autoridades realistas.
El Jefe de esta revolución fue el mestizo cusqueño José Angulo Torres, que actuó con sus hermanos Vicente, Mariano y Juan. En la Junta de gobierno, pusieron, también, a elementos hispanistas como el brigadier del ejército español Mateo Pumacahua Chihuantito.
Los Angulo eran cuatro hermanos, de mediana cultura y dotes militares, uno de ellos era cura, formaron un frente patriótico o un brazo político de todas las castas o clases sociales que ganaron a la causa revolucionaria. Un gran sector de apoyo lo constituía el clero que, como sabemos, encabezaba y azuzaba hacia la rebelión a sus discípulos religiosos, el Obispo, revolucionario Pérez Armendáriz.
El Obispo Pérez Armendáriz, apoyaba y protegía la insurrección armada. Era el principal subversivo, durante largos años había preparado a los más destacados cuadros revolucionarios, a través de su magisterio en la ilustre universidad de San Antonio Abad, y desde la prelatura, desde la presidencia del Cabildo eclesiástico, había aceptado el juramento por la Patria y él mismo, bendijo las banderas de la revolución, pronunciando sendos sermones alentadores, que eran en realidad proclamas, pronunciamientos o llamamientos que permitían que el clero, no solamente apoye, sino, asuma con entusiasmo, la causa insurreccional (10).
Algunos han dicho que actuó siempre desde una posición de cautela, de relativo miedo y de cierta prudencia, contrastante con las horas decisivas que se vivían en esos días (11), Pero, los hechos están a la vista, sin su participación la revolución hubiera fracasado desde el inicio. Más aun, cuando hizo entrega de los fondos económicos de su obispado y dineros de su propio peculio, faltándole sólo tomar, él mismo, el fusil y marchar a pelear , vencer o morir en los cambos de batalla, como lo hizo el sacerdote mejicano Miguel Hidalgo y Costilla, quien, de humilde párroco del pueblo de Dolores, encabezó la revolución en 1810, haciéndose Capitán General logró la victoria en Monte de la Cruces se apoderó de ciudades principales como Guanajuato y Valladolid, hasta que fue derrotado en Aculco, Guanajuato y Puente de Calderón. Apresado y procesado murió fusilado en Chihuahua, en 1811.
El estado mayor revolucionario elaboró su estrategia para la defensa del Cusco y con el objeto de expandir la revolución a los otros pueblos, tal estrategia fue la siguiente:
La primera expedición saldría hacia el Alto Perú para enfrentar al ejército realista del general Joaquín de la Pezuela y ponerlo entre dos frentes con el ejército argentino de José Rondeu.
La segunda expedición saldría hacia Arequipa para evitar que el virrey Abascal pueda enviar refuerzos por vía marítima a los puertos de Islay y Chala.
 La tercera expedición saldría a tomar Huamanga, Huancavelica y atacar Lima, para evitar que los ejércitos realistas de la ciudad de los virreyes avanzaran hacia el Cusco.

EXPEDICIÓN A LAS CHARCAS
La revolución tenía que tomar la ofensiva y buscar el enfrentamiento con el enemigo que se encontraba en Las Charcas o el Alto Perú. Era un ejército regular conformado en su mayoría por cusqueños realistas. Con mucha antelación el Estado Mayor revolucionario había tomando contacto con los revolucionarios argentinos. En esta labor colaboraba el clero revolucionario con una gran eficiencia, probablemente, usando el gran movimiento comercial de los arrieros que llevaban sus mercancías y la correspondencia secreta en el trayecto de Lima a Buenos Aires. Pese a la labor infatigable de espionaje de la inteligencia del Virrey Abascal y el celo del General Joaquín de la Pezuela.
Con cuánta esperanza organizaron los pertrechos, alistaron a los combatientes entre los que se encontraba una multitud de párrocos, sacerdotes y seminaristas, para luchar junto con el pueblo mestizo e indio. Todas las parroquias, conventos y monasterios, entregaban armas, ropas, alimentos y medicinas al ejército patriota. Además se alistaban religiosos como capellanes, médicos y cirujanos.
El Jefe de la revolución Don José Angulo Torres, coordinaba muy estrechamente con el Obispo Pérez Armendáriz que era el Jefe espiritual del movimiento insurreccional, como se puede ver en las declaraciones, cartas y notas así como decretos eclesiásticos para que los curas y párrocos brinden todas las facilidades a los expedicionarios. Además debían hacer labor de espionaje, vigilando los movimientos del enemigo, en el largo trayecto que seguiría la expedición. 
El 17 de agosto de 1814, partió la expedición hacia al Alto Perú, al mando del ex –Sargento Primero del ejército realista Don José Pinelo y el valeroso cura tucumano Ildefonso de las Muñecas y Alurralde, con el objetivo de tomar la Paz y atacar a Pezuela por la retaguardia. Los patriotas tomaron Ayaviri, Carabaya, Azángaro, Puno, Juli, Ilave, Pomata,  Desaguadero hasta sitiar y tomar La Paz.
El general Pezuela, dividió su ejército y, con un destacamento al mando del general Juan Ramírez de Orozco, conformado por realistas cusqueños que se ofrecieron voluntariamente a luchar contra sus paisanos (12), derrotó a Pinelo y Muñecas en Chacaltaya (13) el 2 de noviembre de 1814, cerca de La Paz, mientras conferenciaba con Rondeau, para ganar tiempo, pues éste no atacó a Pezuela como estaba previsto.
Pinelo se retiró a Desaguadero, allí fue alcanzado por Ramírez y finalmente derrotado. Muñecas pasó a la Yungas donde resistió haciendo guerrillas durante un año. Capturado tras crueles matanzas y torturas a los indígenas yungas, murió asesinado, cerca de Guaqui, cuando era conducido a Lima el 7 de mayo de 1816. Así terminó este valeroso y heroico sacerdote patriota.
     
EXPEDICIÓN A HUAMANGA Y  LIMA

Tal expedición salió del Cusco, el 25 de agosto de 1814, dirigida por Gabriel Béjar, Mariano Angulo y Manuel Hurtado de Mendoza (argentino de Santa Fe de Corrientes), y ocupó Huamanga el 20 de setiembre de 1814. El primero de octubre, el Teniente Coronel González, con fuerzas traídas desde Lima, derrotó a los patriotas en Huanta. Replegada y rehecha la tropa, Béjar, Angulo y Hurtado de Mendoza presentaron batalla a los realistas en Matará, el 27 de enero de 1815, pero fueron nuevamente  vencidos. El 14 de abril un traidor mestizo ayacuchano de apodo “pukatoro” se entregó al enemigo con tropas y pertrechos. Los jefes huyeron hacia el Cusco, de donde se dirigieron al auxilio de la expedición de Arequipa.

EXPEDICIÓN A AREQUIPA
La tercera expedición cusqueña salió en octubre de 1814, dirigida por Pumacahua, que había sido ganado a la causa por un pago mensual, y Vicente Angulo. Tenían como cinco mil soldados, 30 piezas de artillería y con esos pertrechos derrotaron al ejército realista del Mariscal cusqueño Francisco Picoaga y el intendente José Gabriel Moscoso, en la Apacheta, el 10 de noviembre de 1814, victoria que les abrió las puertas de la Ciudad Blanca. Pero tuvieron que dejar Arequipa y marchar sobre Sicuani para aniquilar al movimiento contrarrevolucionario del Teniente Coronel Ruiz Caro. Luego se dirigieron al Collao y se encontraron con las fuerzas de Ramírez en las orillas del río Llalli. Ramírez, luego de cañonear a las tropas había hecho pasar el río a un destacamento de soldados con los que tomó por sorpresa el campamento rebelde y ocasionó pánico y estampida. Muchos jefes fueron apresados y fusilados en el mismo campo de batalla. Así murió el auditor de guerra y joven poeta arequipeño Mariano Melgar.

DERROTA DE LA REVOLUCIÓN

El general Ramírez con su gran experiencia guerrera derrotó a los patriotas en Umachiri el 11 de marzo de 1815. Los primeros en entrar en combate fueron los realistas cusqueños que cruzando el río destrozaron al ejército patriota. La batalla duró apenas una hora, con una carnicería de rebeldes y poquísimas bajas de los realistas, se tomaron muchos prisioneros y se los juzgó en el mismo campo de batalla. Luego de fusilar a jefes patriotas como el poeta Mariano Melgar y ejecutar a Pumacahua, que había huido a Sicuani donde fue capturado y ahorcado; Ramírez entró sin resistencia al Cusco. Capturó a los líderes revolucionarios y los ejecutó. Así terminó la más grande tentativa cusqueña por libertar el Perú, posponiendo por una larga y oprobiosa década la independencia de esta parte de América, haciendo que el Cusco sea la última capital española América del Sur.

LA REPRESALIA REALISTA

La derrota de la revolución cusqueña de los hermanos Angulo, determinó una cacería de patriotas entre eclesiásticos, profesionales libres, intelectuales e instituciones como la Universidad de San Antonio Abad. Muchos fueron muertos, otros encarcelados y llevados a las prisiones de Lima; Cádiz, en España o a la prisión de Ceuta, en el África. Se persiguió al clero regular y secular con interminables procesos judiciales. De los voluminosos infolios de los juicios a los patriotas, los historiadores han ido esclareciendo los hechos, como por ejemplo, de las declaraciones últimas de Pumacahua, se sabe que la revolución fue generada y capitaneada por los hermanos Angulo Torres, y que la actuación pagada de Pumacahua fue la de un mercenario a sueldo que, finalmente, se desenmascaró como un traidor, a fin de aminorar su pena, pero aun así fue ejecutado en la horca.
Al propio Obispo Pérez Armendáriz, aprovechando de su no desmentida labor patriótica de apoyo a la revolución, se le quiso despojar de su dignidad, pero éste se defendió con inteligencia y desbarató todos los intentos venidos desde el propio gobierno colonial. Una queja contra él, por su actuación revolucionaria, llegó hasta el Papa en 1817, le hicieron acusaciones en Cusco, Lima, Madrid y Roma. Pero por su marcada ascendencia sobre el clero y el pueblo patriota, temiendo reencender la llana de la rebelión, los realistas prefirieron dejar en paz a este símbolo de la revolución hasta que por fallecimiento deje su obispado.
Así el ilustre prelado, inspirador y forjador de los líderes de la revolución cusqueña de 1814, sobrevivió a la represión desatada por los realistas de Abascal, Pezuela y Ramírez; falleció en el Cusco, el de 9 de febrero 1819, a la edad de 90 años.

NOTAS
(1).- M. J. Aparicio, 2001. Obra que contiene una biografía documentada del Obispo Pérez Armendáriz.
(2).-  E. Llosa y L. Nieto, 2003.
(3).- Félix Denegri Luna, Prologo a la edición de “Noticias Cronológicas...”1980.
(4).- Estas tradiciones con más detalle se encuentran en los libros “Figuras Pintorescas del Cusco Antiguo“, de Ovidio Duval y en “Tradiciones Cusqueñas” de Ángel Carreño, aunque las del cura Chulla este autor las refiere a otro obispo.
(5).- Como informan en sus obras, Tamayo Herrera y Manuel Jesús Aparicio Vega.
(6).- Horacio Villanueva, 1971; M. J. Aparicio, 1974.
(7).-Según el libro “El Clero Patriota de 1814”,  “del Dr. Aparicio.
(8).- Aparicio Vega: 2001.
(9).- Según estudios tanto de Gustavo Vergara Arias como de Raúl Palacios Rodríguez.
(10).- H. Villanueva; M. J. Aparicio.
(11).- Véase “Historia General del Qosqo” de Tamayo Herrera.
(12).-Tamayo, 1992.
(13).- Batalla de Achocalla, dice Aparicio Vega.

BIBLIOGRAFIA

 “Juan Espinoza Medrano, el Lunarejo”, Agustín Tamayo Rodríguez, ediciones Librería Studium, Lima 1971.
 La Revolución del Cuzco de 1814”, Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo III Conspiraciones y Rebeliones del Siglo XIX. Recopilación y prólogo de Horacio Villanueva Arteaga. Lima 1971.
La Revolución del Cuzco de 1814”, Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo III Conspiraciones y Rebeliones del Siglo XIX. Recopilación y prólogo de Horacio Villanueva Arteaga. Lima 1971.
La Carta a los españoles americanos” Paúl palacios Rodríguez, Publicaciones  de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, Lima 1972.
“Relación del Cuzco” Ignacio de Castro, con prólogo de Carlos Daniel Valcárcel, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima 1978.
“Figuras Pintorescas del Cusco Antiguo” Ovidio Duval, Ediciones Lorenzo, Cusco, 1978.
 “Noticias Cronológicas de la Gran Ciudad del Cuzco” Diego de Esquivel y Navia, Biblioteca Peruana de Cultura, Dos tomos, con Prólogo de Félix Denegri Luna y Estudios de Horacio Villanueva Urteaga, Lima 1980
“Túpac Amaru y la Iglesia” Antología,  Lima 1983.
“Tradiciones cusqueñas”  Ángel Carreño, Municipio del Cusco 1987.
“Ignacio de Castro”, Por Carlos Daniel Valcárcel, Lima 1987
“Juan Pablo Viscardo y Guzmán” Por Gustavo Vergara Arias, Lima 1987.
“Historia General del Qosqo” Tomo II José Tamayo Herrera, Cusco 1992, Municipalidad del Qosqo.
“El Clero Patriota de 1814”, Manuel Jesús Aparicio Vega, Municipalidad Provincial del Cusco, 2000
“El Manu a través de la historia” Proyecto Pro-Manu, texto de Eliana Llosa y Luis Nieto Degregori. Investigación de fuentes, de Ricardo Valderrama y Carmen Escalante. Lima 2003.



CRONOLOGÍA

1729       27 de marzo, nace en Paucartambo, José Pérez Armendáriz, hijo del capitán José Pérez Silvestre y doña Josefa Armendáriz y Loayza. Es bautizado en la iglesia parroquial de Paucartambo por el párroco Don Antonio Dávalos Carreño.
1743       El joven José Pérez Armendáriz se matriculó en el Seminario de San Antonio Abad. Estudió Gramática, Filosofía, Oratoria, Sagrada Teología
1748. José Pérez Armendáriz, después de cinco años de estudios fue graduado de Licenciado y Maestro de Filosofía
1751    Recibió el Título de Doctor en Sagrada Teología
               Se ordeno de sacerdote y ejerció la docencia en el dictado de la cátedra de Gramática, luego fue profesor de Artes y profesor en la cátedra de Teología por espacio de 14 años, en los que inculcó valores patrióticos en sus pupilos, predicando abiertamente la libertad para las colonias, el cese de los abusos y agravios a los nativos, a los criollos y mestizos.
1751       Fue Regente de la Universidad de San Antonio Abad
1761    Ejerció el Vicerrectorado de la Universidad San Antonio Abad.
1766       Postuló a la Canonjía Penitenciaria de la Catedral y se le postergó por sus ideas en favor de la emancipación. En aquella oportunidad el distinguido cronista cusqueño don Diego de Esquivel y Navia, había elevado su enérgica protesta por el despojo del que fue objeto el Dr. Pérez Armendáriz.
1767. Fueron expulsados los Jesuitas, entre ellos el prócer Juan Pablo Viscardo y Guzmán, que escribió, años después, la “Carta a los Españoles Americanos”, publicada, póstumamente, en 1799 por el prócer venezolano Francisco de Miranda en Londres.
1768   Fue Cura de españoles de la Catedral del Cusco.
1769       Pérez Armendáriz fue Rector de la Real y Pontificia Universidad de San Antonio Abad hasta 1808 en que fue nombrado Obispo.
1769. Ocupó los cargos de Cura de Españoles, Canónigo, Penitenciario, Tesorero, Maestrescuela y Chantre.
1774       Fue nombrado en el cargo de Amigable Componedor del Cabildo, Justicia y Regimiento del Cusco
1777       Pérez fue Canónigo Penitenciario de la Catedral del Cusco.
1779  Fallece en el Cusco el cronista Diego de Esquivel y Navia, descendiente de los marqueses de Valleumbroso, sacerdote que llegó a ser deán de la Catedral del Cusco, fue autor de la obra “Noticias cronológicas de la gran Ciudad del Cusco”, desde la fundación del Cusco hasta el año 1749.
1780. Pérez, actuó como Provisor y Vicario General del Obispo Moscoso y Peralta, en el tiempo de la Gran Revolución de Túpac Amaru.
1786       Asumió de modo accidental el Obispado del Cusco.
1787       Fue nombrado Tesorero de la Catedral.
1791       Pérez entregó el cargo de Obispo al sacerdote español José María de las Heras.
1792.      Recibió la Colación y fue nombrado Maestre Escuela.
               Falleció el escritor Ignacio de Castro quien fuera Director del Real Colegio de San Bernardo.
1794       Pérez Armendáriz alcanzó el cargo de Maestre.
1795. Se publicó en Madrid, España, la obra del erudito sacerdote tacneño Ignacio de Castro (1724-1792) “Relación de la Fundación de la Real Audiencia del Cusco”.
1801       Pérez Armendáriz fue  Comisario Sub Delegado de Cruzada
1803       Se le nombró Arcediano de la Catedral.
1805  Por una delación se develó en la ciudad imperial del Cusco, un movimiento que se había propuesto restaurar el imperio de los Incas. Los conspiradores fueron el minero Gabriel Aguilar y el abogado José Manuel Ubalde, quienes fueron ejecutados.
1806, Por Real Cédula del 31 de enero, el Dr. Pérez Armendáriz fue nombrado Obispo del Cusco. Tomó posesión del cargo el 12 de abril, en solemne ceremonia.
1808       Ocurrió la invasión napoleónica a España y la usurpación del poder y el trono español a través de José Bonaparte, hermano del General y Emperador de Francia, que fuera coronado Rey de España. Para ello, se había depuesto al Rey Carlos IV y el hijo de éste, Fernando VII, había abdicado.
               Se crearon, las  Juntas de gobierno en todas las ciudades de América española, tanto en el Virreinato de México, como en el Virreinato de Río de la Plata, el de Nueva Granada y en el Perú, supuestamente, para “defender al Rey cautivo, privado de sus derechos” y para ejercer acciones políticas contra el despotismo napoleónico.
1809, En La Paz, la conjura acaudillada por los ex-estudiantes bolivianos de la Universidad San Antonio Abad del Cusco: Pedro Domingo Murillo, Basilio Catacora y Gregorio García Lanza, que formaron la Junta Tuitiva y tomaron el poder, mostrando claramente que el magisterio meditado y profundo ejercido por el Dr. Pérez Armendáriz, había calado en el alma de las juventudes y su influencia rebelde se hacía sentir aún fuera de nuestras fronteras
1810       La revolución emancipadora se hallaba triunfante en la Argentina y muchas revueltas se habían gestado en el Alto Perú, por la presencia de  la expedición argentina de Antonio González Balcarce y Juan José Castelli, por lo que el Cusco se convirtió en el lugar de reclutamiento de soldados realistas para combatir la revolución en el sur; varias expediciones comandadas por el brigadier realista, arequipeño, José Manuel de Goyeneche, Presidente de la Audiencia del Cusco y por el general español Fernando de Abascal y el brigadier cusqueño, Francisco Picoaga, salieron de esta ciudad.
1810. En México el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, quien, de humilde párroco del pueblo de Dolores, encabezó la revolución haciéndose Capitán General logró la victoria en Monte de la Cruces se apoderó de ciudades principales como Guanajuato y Valladolid, hasta que fue derrotado en Aculco, Guanajuato y Puente de Calderón. Apresado y procesado murió fusilado en Chihuahua, en 1811.
1811, El brigadier indígena Mateo Pumacahua, servil al gobierno español, realizó una labor de devastación y matanzas de indígenas en el Alto Perú.
               La semilla de la rebelión, los fundamentos ideológicos, los corazones ardorosos y la sed de libertad en los hombres estaba sembrada por Pérez Armendáriz, el recuerdo de la sangre vertida por los Túpac Amaru, hicieron tempestad.
1812. El Cusco juró la Constitución de Cádiz. A instancias del abogado patriota Ramírez de Arellano
1813. Los patriotas tramaron un levantamiento en octubre de, pero por causa de una delación del traidor Zubizarreta, fueron apresados los jefes del movimiento patriótico: Vicente Angulo Torres, Gabriel Béjar y Juan Carvajal. Posteriormente, en otra asonada cayeron presos José Angulo Torres y Manuel Hurtado de Mendoza
1814       El Obispo José Pérez Armendáriz hizo la prédica de las ideas separatistas desde que fuera Rector de la Universidad de San Antonio y luego desde el obispado del Cusco. Esta labor fue fundamental para el desarrollo de un ideal patriótico y libertario. Se sabe, también, que fue una labor oculta, atinada, cautelosa, pero eficaz del clero patriota, que se vino haciendo desde quince años antes del estallido de la revolución.
1814       3 de agosto, se realizó el audaz golpe de estado, incruento, con la deserción y el paso de la guarnición realista a las filas de la revolución; luego, de inmediato, procedieron a capturar y poner presos a los funcionarios y autoridades realistas. El Jefe de esta revolución fue el mestizo cusqueño José Angulo Torres, que actuó con sus hermanos Vicente, Mariano y Juan. En la Junta de gobierno, pusieron, también, a elementos hispanistas como el brigadier del ejército español Mateo Pumacahua Chihuantito.
               Un gran sector de apoyo lo constituía el clero en el cual, el Obispo, revolucionario Pérez Armendáriz, fue quien encabezaba y azuzaba a la rebelión a sus discípulos religiosos,
               El Obispo Pérez Armendáriz, apoyaba y protegía la insurrección armada. Era el principal subversivo, durante largos años había preparado a los más destacados cuadros revolucionarios, a través de su magisterio en la ilustre universidad de San Antonio Abad, y desde la prelatura, desde la presidencia del Cabildo eclesiástico, había aceptado el juramento por la Patria y él mismo, bendijo las banderas de la revolución, pronunciando sendos sermones alentadores, que eran en realidad proclamas, pronunciamientos o llamamientos que permitían que el clero, no solamente apoye, sino, asuma con entusiasmo la causa insurreccional
               El Jefe de la revolución Don José Angulo Torres, coordinaba muy estrechamente con el Obispo Pérez Armendáriz que era el Jefe espiritual del movimiento insurreccional, como se puede ver en las declaraciones, cartas y notas así como decretos eclesiásticos para que los curas y párrocos brinden todas las facilidades a los expedicionarios. Además debían hacer labor de espionaje, vigilando los movimientos del enemigo, en el largo trayecto que seguiría la expedición. 
1814, 17 de agosto, partió la expedición hacia al Alto Perú, al mando del ex –Sargento Primero del ejército realista Don José Pinelo y el valeroso cura tucumano Ildefonso de las Muñecas y Alurralde, con el objetivo de tomar la Paz y atacar a Pezuela por la retaguardia. Los patriotas tomaron Ayaviri, Carabaya, Azángaro, Puno, Juli, Ilave, Pomata,  Desaguadero hasta sitiar y tomar La Paz.
               El general Pezuela, dividió su ejército y, con un destacamento al mando del general Juan Ramírez de Orozco, conformado por realistas cusqueños que se ofrecieron voluntariamente a luchar contra sus paisanos derrotó a Pinelo y Muñecas en Chacaltaya (Achocalla) el 2 de noviembre de 1814, cerca de La Paz, mientras conferenciaba con Rondeau, para ganar tiempo, pues éste no atacó a Pezuela como estaba previsto.
               Pinelo se retiró a Desaguadero, allí fue alcanzado por Ramírez y finalmente derrotado. Muñecas pasó a la Yungas donde resistió haciendo guerrillas durante un año. Capturado tras crueles matanzas y torturas a los indígenas yungas, murió asesinado, cerca de Guaqui, cuando era conducido a Lima el 7 de mayo de 1816. Así terminó este valeroso y heroico sacerdote patriota.
1814       25 de agosto. La segunda expedición salió del Cusco hacia Huamanga y Lima, dirigida por Gabriel Béjar, Mariano Angulo y Manuel Hurtado de Mendoza y ocupó Huamanga el 20 de setiembre de 1814. El primero de octubre, el Teniente Coronel González, con fuerzas traídas desde Lima, derrotó a los patriotas en Huanta. Replegada y rehecha la tropa, Béjar, Angulo y Hurtado de Mendoza presentaron batalla a los realistas en Matará, el 27 de enero de 1815, pero fueron nuevamente  vencidos. El 14 de abril un traidor mestizo ayacuchano de apodo “pukatoro” se entregó al enemigo con tropas y pertrechos. Los jefes huyeron hacia el Cusco, de donde se dirigieron al auxilio de la expedición de Arequipa.

               La tercera expedición salió en octubre de 1814 hacia Arequipa, dirigida por Pumacahua, que había sido ganado a la causa por un pago mensual, y Vicente Angulo. Tenían como cinco mil soldados, 30 piezas de artillería y con esos pertrechos derrotaron al ejército realista del Mariscal cusqueño Francisco Picoaga y el intendente José Gabriel Moscoso, en la Apacheta, el 10 de noviembre de 1814, victoria que les abrió las puertas de la Ciudad Blanca. Pero tuvieron que dejar Arequipa y marchar sobre Sicuani para aniquilar al movimiento contrarrevolucionario del Teniente Coronel Ruiz Caro. Luego se dirigieron al Collao y se encontraron con las fuerzas de Ramírez en las orillas del río Llalli.
1915. 11 de marzo, El general Ramírez derrotó a los patriotas en Umachiri. Fueron fusilados jefes patriotas como el poeta Mariano Melgar y Pumacahua, que había huido a Sicuani donde fue capturado y ahorcado; Ramírez entró sin resistencia al Cusco. Capturó a los líderes revolucionarios y los ejecutó. Así terminó la más grande tentativa cusqueña por libertar el Perú, posponiendo por una larga y oprobiosa década la independencia de esta parte de América, haciendo que el Cusco sea la última capital española América del Sur.
1815       La derrota de la revolución de los hermanos Angulo, determinó una cacería de patriotas entre eclesiásticos, profesionales libres, intelectuales e instituciones como la Universidad de San Antonio Abad. Muchos fueron muertos, otros encarcelados y llevados a las prisiones de Lima; Cádiz, en España o a la prisión de Ceuta, en el África. Se persiguió al clero regular y secular con interminables procesos judiciales.
1816       Al Obispo Pérez Armendáriz se le quiso despojar de su dignidad, pero éste se defendió con inteligencia y desbarató todos los intentos venidos desde el propio gobierno colonial. Una queja contra él, por su actuación revolucionaria, llegó hasta el Papa en 1817. Le hicieron acusaciones en Cusco, Lima, Madrid y Roma. Pero, por su marcada ascendencia sobre el clero y el pueblo patriota, temiendo reencender la llana de la rebelión, los realistas prefirieron dejar en paz a este símbolo de la revolución hasta que, por fallecimiento, deje su obispado.
               El ilustre prelado, inspirador y forjador de los líderes de la revolución cusqueña de 1814, sobrevivió a la represión desatada por los realistas de Abascal, Pezuela y Ramírez;
1819          El de 9 de febrero,  falleció en el Cusco, a la edad de 90 años.




No hay comentarios:

Publicar un comentario